domingo, 25 de mayo de 2014

Canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II


Fue en ese momento cuando me di cuenta de que el viaje, no dormir, los empujones y la espera habían merecido la pena.


A pesar de todas las horas en autobús y las pocas que dormimos esa noche, mereció la pena estar allí, en la canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II. 

Llegamos al Vaticano de madrugada aunque no se podía pasar debido a toda la gente que estaba allí esperando el momento de la canonización. Había gente de todas las nacionalidades pero la mayoría eran polacos ya que canonizaban a Juan Pablo II. También había muchos italianos, por celebrarse en el Vaticano la canonización y porque Juan XXIII era italiano.

Aun era de noche y no habían abierto las puertas de la Plaza de San Pedro por lo que estuvimos mucho tiempo parados. La espera no se hizo muy larga, la gente tocaba la guitarra y cantaba o hablábamos de cómo estaba siendo la experiencia. 


Por fin abrieron las puertas de la plaza y vino la parte más dura del día. Avanzábamos muy lentamente agarrados de la mano haciendo una cadena para no perdernos y al mismo tiempo recibíamos empujones y golpes de la gente que se encontraba a nuestro alrededor. Nunca pensé que iba a "pelear" tanto por asistir a una misa. Había momentos en los que no se podía respirar. La gente se desmayaba, se mareaba. Después de un tiempo, no sabría decir cuanto, cesaron todos los empujones y cada vez había más espacio. Nos sentamos cerca de una de las pantallas gigantes que habían colocado en la Via della Conciliazone.


Todavía era pronto y había que esperar. Después de haber dormido dos horas y haber estado entre tanta gente se empezó a notar el cansancio. Yo me llegué a dormir en algún momento a pesar de estar en el suelo. La gente buscaba desesperadamente un baño, pero todos los bares estaban cerrados. Al final, un poco más lejos, encontraron los aseos que pusieron para la ocasión. 

Las horas pasaron y llegó el momento de la misa de canonización. No entendíamos lo que decían, pero no importó. Todo el mundo estaba escuchando emocionado. A lo lejos veíamos al Papa Francisco y las dos imágenes de Juan XXIII y Juan Pablo II. Seguíamos la misa por la pantalla. Fue en ese momento cuando me di cuenta de que el viaje, no dormir, los empujones y la espera habían merecido la pena. Fue una experiencia inolvidable.


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